Ella se ha convertido en parte de la eternidad, para de esta manera, quedar presente en todas las memorias de su paso a nuestro lado, en el recuerdo de lo mucho que nos brindó, en cada una de las innumerables anécdotas de una vida intensa, única, generosa, y muy especial.
Hoy, quizá la nostalgia de su presencia sea el sabor inicial ante su partida; quizá la desearemos ver y escuchar reír, ácida y vital con su particular sentido de humor ante la vida. Sin embargo, la evocación de su presencia será ahora más sutil, más pura, más libre, pues su espíritu vaga liberado y contempla desde ya la gloria del Señor.
De entre las muchas cosas buenas que Maru sabía hacer, que eran muchas, de las que mejor le salían era ser madre que cuidaba, amiga que acompañaba. Ahora, desde la límpida paz celestial, con toda certeza ella sigue haciendo exactamente lo mismo.
Gracias por haber sido una fabulosa compañera de viaje.
Descansa en paz, Maria Eugenia.
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