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martes, febrero 09, 2010

DÓNDE ESTUVISTE DE NOCHE
Clarice Lispector
(fragmento)

La noche era una posibilidad excepcional. En plena noche cerrada de un verano tórrido un gallo soltó su grito fuera de hora y una sola vez para anunciar el inicio de la subida por la montaña. La multitud, abajo, aguardaba en silencio.
Él-ella ya estaba presente en lo alto de la montaña, y Ella-él estaba personalizada en él y él estaba personalizado en ella. La mezcla andrógina creaba un ser tan terriblemente bello, tan horrorosamente sorprendente que los participantes no podían mirarlo de una sola vez: así como una persona va poco a poco habituándose a la oscuridad y lentamente discierne. Lentamente discernían a Ella-él y cuando Él-ella se les aparecía con una claridad que emanaba de Ella-él, los paralizados por la belleza iban a decir: «¡Ah, ah!». Era una exclamación que estaba permitida en el silencio de la noche. Miraban la asustadora belleza y su peligro. Pero ellos habían venido exactamente para sufrir el peligro.
Los pantanos se elevaban. Una estrella de enorme densidad los guiaba. Ellos eran el revés del Bien. Subían la montaña mezclando hombres, mujeres, duendes, gnomos y enanos, como dioses extintos. La campana de oro sonaba por los suicidas. Fuera de la estrella grande, ninguna estrella. Y no había mar. Lo que había desde lo alto de la montaña era oscuridad. Soplaba un viento noroeste. ¿Él-ella era un farol? La adoración de los malditos comenzaba.
Los hombres coleaban en el suelo como gruesos y blandos gusanos: subían. Lo arriesgaban todo, ya que fatalmente un día iban a morir, tal vez dentro de dos meses, tal vez siete años: quizás fuera esto lo que Él-ella pensaba dentro de ellos.
Mira al gato. Mira lo que el gato vio. Mira lo que el gato pensó. Mira lo que era. En fin, en fin, no había símbolo, la «cosa» era. La cosa orgiástica. Los que subían estaban al borde de la verdad. Nabucodonosor. Ellos parecían veinte nabucodonosores. Y en la noche se desquitaban. Ellos están esperándonos. Era una ausencia, el viaje fuera del tiempo.
Un perro daba carcajadas en la oscuridad. «Tengo miedo», dijo la niña. «¿Miedo de qué?», preguntó la madre. «De mi perro.» «Pero si tú no tienes perro.» «Tengo, sí.» Pero después la niñita también carcajeó llorando, mezclando lágrimas de risa y de espanto.


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