Nada más que mis locuras y loqueras, las cuales van desde lo sublime hasta lo más cotidiano, pasando por lo raspa, naco y extraordinario. Que caray, este blog es como la vida misma. La mía, al menos.
martes, septiembre 04, 2012
DIGO YO… desde el solana
Tampico, Tam. 17-24 Agosto 2012.
LO QUE ALCANCÉ A VER Y A OÍR…
Por Lorena Illoldi
KAHLO, VIVA LA VIDA
Por estar entre las primeras 60 personas de la fila, me senté a la mesas como invitada al festín al cual Frida Kahlo convidaba en la puesta en escena del texto de Humberto Robles y dirigida por Mark Escrig. Al centro de la mesa, flores, una cazuelita con frijoles y pico de gallo, totopos; yo, glotona irredenta, me quedé esperando mi tequilita con sal y limón, o ya de perdis una agüita de chía. Nada; inclusive, solo algunos de los de la mesa principal alcanzaron un traguito de beberecue.
El impacto inicial de una Frida totalmente anorteñada me tomó por sorpresa; sin embargo, el buen registro actoral de Carmen García logró que dejara de esperar que en cualquier rato fuera a decir: “Vivianita, Vivianita…”, y comencé a seguirla en ese camino que yo auguraba tortuoso y lleno de claroscuros y que sin embargo, no alcanzó a arrastrarme a los abismos de dolor y desesperación del manido personaje de la Kahlo.
El texto de Robles es una suerte de alegoría en la que los asistentes a la macabra fiesta que Frida orquesta para la muerte, son espectros y sombras, tristes y dolorosos recuerdos de una vida que le ha lastimado mucho más de lo que le da para compensar sus penurias, y que en este montaje son aligerados y llevados al nivel de corporizarlos en los espectadores/invitados, con una actriz que se sienta en sus piernas, los cachondea y hasta alimenta en la boca.
Habiendo sida concebida para representarse en espacios reducidos y para auditorios pequeños, la adecuación del montaje al espacio de la sala experimental del Metro no fue bien resuelta. Los traslados a los otros dos espacios escénicos fueron complicados; yo no sabía si la obra se acababa, si había que seguirla, o qué me tocaba hacer.
El volumen de la voz, que no alcanzaba para todos los oyentes, fue un obstáculo que con un micrófono de diadema se habría resuelto, o más a la antigüita, con “voz de actriz” -como decía mi compadre Alberto López- que no quiere decir sino simplemente el acompañamiento que hace un director como pieza clave para regular y poner a tono los recursos actorales de una magnífica artista como lo es Carmen García, y a la que sin embargo se le dificultó rematar su actuación, y brindó a los espectadores la sensación de dos finales previos al final-final de la historia.
Esa falta de acompañamiento que se requiere para acotar al actor dentro de los límites del texto como partitura, y restringir la improvisación más allá de la adecuación propia de cada representación como experiencia única, evitando caer en el chito, chito, o el abuso del gag o la morcilla en la puesta en escena como principal recurso para mantener la atención del espectador.
La traslación de espacios no es la sola causa de que se haya perdido el contacto con el público, que dejaba de escuchar o ver a la actriz cuando se movía lejos o fuera de las luces, pues hasta a los de las mesas se les dificultaba seguirla en todo momento. El espacio íntimo no se condiciona rompiendo la proxemia como detonador, siendo otros los bordes a ser traspasados para conectarse en lo íntimo con cada espectador, sin obstar la distancia física que medie entre los cuerpos si lo que se toca son las almas, lo que lograba hacer a intervalos la actriz con la mía, y que un acompañamiento riguroso hubiera ayudado a pulir, sostener y elevar aún más su valiente y comprometido trabajo.
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