DIGO YO… desde el Solana
Tampico, Tam., agosto 2012
LO QUE ALCANCÉ A VER Y A OÍR…
Por Lorena Illoldi
EN EL DESIERTO NO HAY SIRENAS
Con un ejemplo más de la dramaturgia surgida del pasmo de vivir y ser frontera, Edoardo Torres presenta otro ángulo del del abandono, mostrando los entretelones en la historia de una pareja fragmentada a golpe de miseria, abusos y desesperanza.
Un extraño visita un fantasmal pueblo a tratar de reconstruir a partir de la memoria los rostros que se han ido, para contarlo a su vez a los que solo imaginan el horror como algo ajeno, mediante frías y metódicas entrevistas a quienes se quedaron, secos y polvosos espectros, mujeres en eterna espera de los que ya no están.
Es la voz del hijo/marido ausente, la que nos deja saber el lento deterioro en los expatriados, distantes y difusos, que de a poco van olvidando su pasado, llegando incluso a perder las palabras que los nombran, transformándose en instrumentos de trabajo sin más valor para sus dueños que el meramente utilitario.
El polvo se filtra desde las rendijas del recuerdo para colarse entre el calor que despierta en la mujer la cercanía de un hombre construido más que de sueños, quien cada que se adentra en ella para exprimirle remembranzas, inadvertidamente se va llenando de minúsculas partículas de un amor que lentamente comienza a humedecerles los cuerpos.
El agua, la gran ausente, amenaza con regresar desbordada junto con las reminiscencias que agobian a la mujer, que tras el golpeteo de su conciencia frente al engaño, se justifica ante el hombre que desde la lejanía regresa envuelto en velados reproches y responde a su vez con acedos reclamos, animada y vigorecida por el amor del sujeto atrapado por su canto imposible, inaudible, inexistente.
La madre, guardiana del recuerdo del agua corriendo en el río y la memoria de los desterrados, es sabia mujer que lanza sentencias agudas y se enraiza antes que irse de la tierra que le vio nacer, mientras el agua irrumpe borrando en bautismal baño todo rastro de dolor y ausencia, para que aquellos que fueron muertos en vida, resuciten transfigurados y purificados, libres por fin del dolor y con la sutil promesa de por fin alcanzar descanso.
Con una economía de lenguaje y extensión en su justa medida, logradas imágenes y una clara secuencia de la anécdota que progresa de manera armónica, el texto promete amplias posibilidades para que algún valiente director aborde este actual tema desde una perspectiva eficaz y –lo que se agradece sobremanera-, nada truculenta.
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