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lunes, septiembre 10, 2012


DIGO YO… desde el Solana
Tampico, Tam., agosto 2012


LO QUE ALCANCÉ A VER Y A OÍR…
Por Lorena Illoldi


MEDEA ANTES DEL VIAJE

“Medea antes del viaje”, de Medardo Treviño, es un montaje que en la paráfrasis de una de las más grandes historias de la tragedia griega, establece con certera claridad las aristas en la naturaleza humana que hermanan a seres lejanos miles de años en tiempo y distancia y que sin embargo comparten la misma suerte de penurias tanto como la brutal manera de reaccionar frente a ellas.


Madurez en la dramaturgia, madurez en la dirección y madurez en los protagonistas, nos brindan una puesta en escena que se dispara y aleja en direcciones novedosas e insospechadas de la poética del trabajo del maestro Treviño, que en esta hechura nos regala lo más decantado de su producción artística, con una propuesta ética y estética de valor, compromiso y calidad.


La pareja de protagónicos, López y De la Sancha, dan testimonio de la veracidad que se logra cuando el actor arremete la historia como toro embravecido, pletórico de energía y fuerza, sosteniendo el dominio de su instrumento actoral en el rigor del trabajo integral de cuerpo, mente y espíritu a disposición del personaje, sin soslayar la bifrontalidad indispensable en el intérprete que jamás puede olvidar a su público.


Con una santísima muerte que es madre y nodriza y cuidadora y sombra que roba y da vida, la corporización del ánima de ánimas hiela la sangre con la extraordinaria representación de Areli, quien danza según su ánimo sobre las personas, jugando a hacerles favores para luego cobrárselos acremente.


El coro, espectral acompañante de la siempre sola, fungen como hijos, achichincles, sirvientes, interlocutores y conciencia, víctimas y victimarios en los sueños de Medea, quien nunca sabe si la pesadilla que padece está sucediendo en ese momento, si acaso es un pertinaz recuerdo o tan solo el amargo augurio y cruel recordatorio de estar condenada a sufrir a causa de los hombres en su vida.

Medea, reina, bruja, hembra o cualquier cosa en la que desee transformarse, nos arrastra con ella a sus viajes internos y externos, que la llevan por retorcidos caminos y abismos alfombrados de sangre y cuerpos, convirtiéndola paulatinamente en un monstruo que termina por devorar a sus hijos nonatos, a su humanidad y a cuanto obstáculo o deseo se le ponga enfrente, ocupada únicamente en saciar su ira y consumar su venganza.


Una iluminación que enmarca sin distraer el diseño visual coherente y mesurado, el cual tiene aciertos espléndidos como los vestuarios y utilería que vuelven al actor escenografía y personaje con precisas transiciones y concisas secuencias coreográficas.


Es la sonorización de todo el montaje el que ocupa ajustes que la lleven a los altos niveles de eficacia de otros elementos escénicos -como por ejemplo la canción del despecho-, y que dada la melancolía de la canción y el acordeón que se adivina, remite al tango antes que a la canción bravía norestense, como la ya bien utilizada en la grandiosa secuencia de la muerte bailando con Jasón.


Me quedo con las ganas de que el coro explore aún más las posibilidades de volumen y matices de voz y actuación que la propia diversidad de personajes les ofrece, y que amplíe el rango de efectos y variaciones en sus actuaciones múltiples, para que su ejecución y dominio de la palabra hablada se equipare al de sus magníficas voces al entonar los himnos y cantos que acompañan su larga y tortuosa travesía.


Desde una estructura que, como la serpiente milenaria se muerde a sí misma la cola en salvajes espasmos, Medardo cierne el terrible peso de la tragedia como sino ineludible ante nuestras estupefactas conciencias y logra con ello cimbrar al espectador, provocando que pase del horror y el miedo, de la indignación y la vergüenza, del olvido o la indiferencia, hasta la profunda revelación de la posibilidad de que cada uno de nosotros puede tomar el destino en sus manos, antes que seguir dejándolo al arbitrio de patéticos aspirantes a dioses.


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